domingo, 6 de octubre de 2013

Gato Barbieri y el último tango en París

Han pasado más de 40 años desde que Bernardo Bertolucci nos sorprendiera con un filme, El último tango en París (1972), para muchos desconcertante y provocador, para otros voluptuoso y desgarrado. Con solo 32 años, Bertolucci dirigió en esta cinta a un maduro Marlon Brando (Paul), por cuya interpretación conseguiría su séptima nominación a los Óscar como mejor actor (1974), y a una frágil y veinteañera Maria Schneider (Jeanne), quien, sin embargo, quedaría artística y emocionalmente marcada para el resto de su gris carrera cinematográfica. El reparto principal se completaría con la fugaz participación de Jean-Pierre Léaud, en un guiño del director italiano a la Nouvelle Vague francesa. Véase la excelente reseña crítica de Eva Cortés en la revista Encadenados.



No es, probablemente, la mejor película de Bertolucci, pero, sin duda, sí la más controvertida (en España tuvimos que esperar a 1976 para verla en las salas comerciales). Narra una historia de amor libre, a la vez erótica, obscena, sórdida y transgresora; frente a escenas con un lenguaje soez y sexualmente escandalosas, hallamos situaciones de un romanticismo sublime, poético y lleno de ternura.

Bertolucci diseccionó, como paciente psicoanalista, a unos personajes solitarios, melancólicos, nostálgicos, inocentes, desamparados, pero, a la vez, contradictorios, violentos, desgarrados y abocados hacia un trágico final, fotografiados por un magistral Vittorio Storaro en un ambiente de sombras y colores opacos, de paredes desnudas y, en ocasiones, claustrofóbico. 


Si el intenso relato erótico del filme constituye su sello más característico, fue esencial, para que la película se situara en el cenit del arte cinematográfico, la espléndida banda sonora compuesta por Gato Barbieri, saxofonista argentino cuyas influencias jazzísticas iban desde Charlie Parker al freejazz. 

Aunque Bertolucci recurrió en un principio a Astor Piazzolla para que creara la música,  diversos motivos harían que el director italiano terminara realizando el encargo a Barbieri. 

Leandro “Gato” Barbieri nació en Rosario (Argentina) en 1932. Descubrió el saxo escuchando a Charlie Parker, junto a su tío saxofonista, siendo todavía un niño. En 1955 tocó el saxo tenor en la orquesta de Lalo Schiffrin, pero no tardó en trasladarse a Europa (primero a Roma, en 1962, y, luego, a París, 1965), donde tomó contacto con el jazz de vanguardia en sus colaboraciones con Don Cherry, Carla Bley o Charlie Haden, entre otros. A partir de 1968 comenzó su experimentación con las músicas sudamericanas y del tercer mundo, lo que dio a su música un giro decisivo. Discos como El Pampero (1971) le llevaron a explorar ritmos y texturas brasileñas, afrocubanas y argentinas, hasta el punto de recibir el reconocimiento del festival de jazz de Montreux (Suiza). No obstante, su colaboración con Bernardo Bertoluccicreando la sensual banda sonora del El último tango en París, en 1972, le llevaría a sus cotas más altas de popularidad. 


Gato Barbieri

Bertolucci quiso que la música de El último tango en París fuera un protagonista más de la película. Logró una excelente simbiosis entre las imágenes del filme y la música de Barbieri, organizada en 11 piezas perfectamente integradas en el relato, y donde el saxo se erige en un protagonista más de la historia. Constituye una sucesión de cortos momentos musicales, arreglados unas veces como balada, otras como tango y otras como vals, en función del tono por el que discurre la historia en cada momento. En la grabación de la música, Barbieri contó con la colaboración del percusionista brasileño Naná Vasconcelos y con el saxofonista, clarinetista y compositor de jazz, de origen estadounidense, Oliver Nelson

En la edición final de la banda sonora, Last Tango In Paris [Deluxe Edition], Barbieri sorprendería con el añadido de 29 breves variaciones de la melodía, que constituyen una verdadera suite y que hacen doblar la duración del disco.

Carlos G. Groppa en la revista argentina Tango Reporter señala como fusionando jazz con tango tradicional argentino, Barbieri logró crear un sonido pesado, brillante y muy europeo, que se ajustaba perfectamente a la sórdida esencia que condena la apasionada historia de los personajes, y acentuaba la carga erótica de las imágenes. Tal es el valor de la partitura que hoy en día es tan recordada como lo atrevido de algunas de sus secuencias.

Los últimos 20 minutos del filme son premonitorios. Hasta entonces Bertolucci sólo ha insinuado que nos hallamos en París, mostrando, si acaso, el transcurrir misterioso de sus trenes. Conforme se acerca el desenlace de la película, la música y la cámara se abrazan buscando nuevos escenarios, donde, ahora sí, París se nos manifiesta frío, gris y otoñal, pero único. Es cuando la música de Barbieri se muestra sublime e inductora de cada uno de los movimientos de la cámara.

La banda sonora de El último tango en París posee la magia de transportar al oyente de forma intemporal a los bulevares parisinos, en un viaje romántico y lleno de melodías inolvidables que han unido a Gato Barbieri con París para siempre. Sirva, como resumen final, la aseveración de Brando (Paul) al final de la película: “si la música acompaña al amor, que siga sonando”. Disfruténla mientras puedan.




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2 comentarios:

  1. Pues tendría que haber un comentario que puse yo hace una semana: te decía que me gustaba tu blog y te comentaba que El último tango era una peli más de soledades que de sexo.
    La música, que he oído una mañana entera por quí, deliciosa. Nunca me había fijado en esa banda sonora.
    Se agradece.

    AG

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    1. Llevas razón, la soledad ocupa un lugar importante en la película. No obstante, hay que tener en cuenta que se estrenó en 1972 (mayo del 68 estaba fresquito), Yo la encuentro atrevidamente transgresora, descarnadamente humana y plásticamente bella. La he vuelto a ver recientemente y la he encontrado muy actual 40 años después. ¡Grande Bertolucci!.

      Respecto a la música de Barbieri qué más quieres que te diga. A mí me acompaña muy a menudo y no me canso de oírla. ¡Grande también el Gato!

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